La falsa dicotomía detrás del Escándalo Facebook

La opinión de Martín Carranza Torres, especialista en Derecho y Tecnología

Oro por baratijas: ¡qué cambio tan desigual!-, decía el relator de Les Luthiers.

Inmediatamente Don Rodrigo, el conquistador adelantado que había llegado a América un año antes que don Cristóbal, reclamaba:
- ¡Malditos aprovechadores, devolvedme el oro!

Hoy todo el mundo parece estarle pidiendo a Zuckerberg, el alquimista, que devuelva nuestros datos personales, esos que entregamos a precio de baratijas.

Facebook, como primer experimento masivo de red social, es un mecanismo tremendamente eficaz de cooperación entre seres gregarios. Logró entregar valor a millones de personas a cambio de información personal, percibida como mucho menos valiosa, por todos los individuos que se la entregaron libre y voluntariamente. Facebook, manufacturado dichos datos en la fábrica del efecto de red, convirtió los datos personales en oro. Un claro negocio capitalista en donde todos ganan.

¿De quién son esos lingotes?

No existe un solo Estado en el mundo que haya logrado establecer un sistema razonable de protección de los datos personales de los individuos que en él votan, comercian, trabajan o viven.

Ningún Estado del mundo ha estado demasiado interesado en proteger a los individuos y su privacidad, que de eso se trata en definitiva la protección de datos personales. Solo unos pocos han logrado imponer obligaciones a los recopiladores de datos, pero no para proteger a las personas y su libertad, sino para proteger a las comunidades y su seguridad o directamente para hacer ingeniería social, demagogia o populismo y decirle a cada uno lo que quiere escuchar.

La Postverdad no es más que la capacidad de los políticos de escribir, a cada votante, su propio diario de Yrigoyen. La “Patriot Act”, que es la ley de los Estados Unidos por la cual todos los ciudadanos renuncian a su privacidad, a cambio de una mayor sensación de seguridad, es infinitamente más invasiva que cualquiera de las felonías que puedan haber hecho cualquiera de las empresas violando las reglamentaciones de datos personales de cualquiera de las redes sociales más usadas. Es más, la Patriot Act permite al gobierno hacer de manera legal, todo lo que para cualquier particular está prohibido.

No es relevante discutir si Zuckerberg es bueno o malo, o si los medios tradicionales son más confiables que las redes sociales, o lo maravilloso que sería el mundo si los aparatos de manipulación de la opinión pública que utilizó Hillary Clinton hubiesen sido más eficaces que los aparatos de manipulación de la opinión pública que utilizó Trump. La única discusión importante, desde un punto de vista institucional, es si los individuos vamos a volver a ser dueños de nuestra privacidad, o por el contrario, vamos a seguir siendo espectadores de las guerras que mantienen otros y donde el botín son nuestras libertades y nuestros derechos individuales.

La vida después de Facebook

El “Escándalo Facebook” tiene una falsa dicotomía, la batalla parece estar enfocada en determinar quién debe centralizar el manejo de los datos personales de los individuos. Algunos prefieren que los centralicen las empresas, otros prefieren que los centralicen los gobiernos. Sin embargo, la única solución compatible con el respeto de los derechos individuales es la descentralización.

La tecnología blockchain, que es la cadena de bloques de transacciones con seguridad criptográfica que utilizan las criptomonedas como el Bitcoin, permite a los individuos volver a apropiarse de su individualidad.

En los sistemas centralizados, si las reglas no te gustan, tenés que hacer otro sistema completo (algo parecido a “Si no les gusta armen un partido y ganen las elecciones”). En los sistemas descentralizados como Blockchain, podemos proponer cambios de reglas, y trabajar bajo dichas reglas, con quienes quieran respetarlas.

El enemigo de Facebook, no es la privacidad, el enemigo es la descentralización, porque devuelve el poder a los dueños de las baratijas, para decidir porqué, a quién, cuándo, para qué y a qué precio venderlas.

(*) Martín Carranza Torres: Abogado especialista en Derecho y Tecnología. Docente en la Diplomatura de Comunicaciones Digitales de la Universidad Siglo 21