La Ley Cero de Isaac Asimov

Por Gabriel Ortiz, gerente general de Pixart
Todavía no sabemos si Bill Gates leyó o no a Isaac Asimov. Pero la nota publicada por Canal AR el viernes pasado despertó la curiosidad de más de un lector. Tal es así que Gabriel Ortiz, gerente general Pixart Argentina, apasionado por la materia, escribió un artículo de opinión sobre las leyes de la robótica, planteadas por el escritor ruso, nacionalizado en Estados Unidos

Existe una ley más que se conoce como la Ley 0, la cual fue incorporada posteriormente por Asimov. La misa dice: “Un robot no puede realizar ninguna acción, ni por inacción permitir que nadie la realice, que resulte perjudicial para la humanidad, aun cuando ello entre en conflicto con las otras tres Leyes”.

Tal como explicó el propio Asimov, la concepción de las leyes de la robótica vino motivada por el deseo de contrarrestar el denominado complejo de Frankenstein, es decir, el presunto temor del hombre frente a unos robots que hipotéticamente podían rebelarse en contra de sus creadores. Para evitar la aparición de robots asesinos (o cuanto menos desobedientes), Asimov implantó en sus relatos las tres leyes de la robótica en los mismos circuitos de sus cerebros positrónicos, haciendo imposible que un robot pudiera violarlas ya que, de intentarlo siquiera, su cerebro resultaría dañado irrevisiblemente y el robot moriría.

La Ley Cero, por su parte, sería producto de una reflexión filosófica por parte de los robots más sofisticados, como por ejemplo, Daniel R. Olivaw, protagonista de varias novelas. Gran parte, por no decir la totalidad, de los relatos y novelas sobre robots escritos por Asimov se basan en la extrapolación de las posibles consecuencias prácticas de las leyes de la robótica, siendo habitual encontrarnos con problemas derivados de sus conflictos provocados en circunstancias muy determinadas, en una especie de tour de force en la que Asimov forzaba deliberadamente cada vez más la situación buscando soluciones para estos casos. Así pues, estos relatos acaban convirtiéndose en ejercicios de lógica y ética.

Algunos autores han apuntado la posibilidad (hoy remota) de que, en el caso de que se terminen construyendo robots inteligentes, éstos deberían llevar implantado como código de conducta algo similar, sí no idéntico, a las Leyes de la Robótica de Isaac Asimov. Asimismo, han sido muchos los escritores de ciencia ficción que han imitado al maestro norteamericano, describiendo en sus obras robots gobernados por estas leyes o por otras muy similares.

Una variante interesante de este problema es la planteada por Malcom Jameson en su relato Orgullo, donde la prohibición de causar daño a los humanos se verifica no mediante la implantación en los cerebros de los robots de leyes que lo prohíban explícitamente, sino suprimiendo en ellos la ambición como motor. Ante el peligro de convertir a los robots en poco más que unos zombies mecánicos (la supresión de la ambición vendría a ser, según Jameson, algo equivalente a la lobotomización de un cerebro humano), la desaparecida ambición sería sustituida por el orgullo al que hace alusión el título, sirviéndole al autor como excusa para realizar una serie de interesantes disquisiciones filosóficas sobre hacia dónde podría derivar el intelecto robótico.

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