La hora de la Inteligencia Artificial como proyecto exitoso de la Humanidad

Escribe Andrés Pallaro, Director Observatorio del Futuro Universidad Siglo 21

Cualquiera sea el significado que le otorguemos al concepto de inteligencia, solo compartido parcialmente con otras especies, las reflexiones sobre nuestra capacidad actual y futura para llevar adelante los asuntos del mundo no parecen tener tanta carga de pánico e incertidumbre como en estos tiempos de inteligencia artificial y robótica expansiva. Hay que asumirlo, el fantasma de la IA parece recorrer el mundo, fuera de los laboratorios de ensayos e investigación o de simples aplicaciones en nuestras computadoras o móviles. La inteligencia artificial, especialmente a partir del shock innovador que significaron los modelos de lenguaje natural o IA generativa, está cada día más presente en todas las actividades. Al momento, nadie dispone de certezas acerca de la evolución que puede tener, aunque sí se escuchan especulaciones acerca de sus posibilidades y riesgos asociados. El pánico se actualiza con la novedad de IA que llega cada semana. Un ejemplo, es la confirmación de las primeras pruebas en seres humanos del dispositivo de estimulación cerebral basado en IA creado por Neural Link, una de las compañías del hombre más polémico del momento, Elon Musk.

Históricamente ¿Por qué la humanidad, o la parte más innovadora de ella, parece empecinarse por diseñar y desarrollar nuevas tecnologías sin límites? Por una razón sencilla: las necesitamos para resolver problemas y satisfacer necesidades, en definitiva, para vivir mejor. ¿Quién podría negar que la vida humana promedio es mucho mejor que en los tiempos que Thomas Hobbes la describiera como “breve, bruta, sucia y miserable” y que en buena medida, haya sido posible gracias a las distintas tecnologías que algunos inquietos supieron crear y que socialmente hemos sido capaces de implementar? ¿Cuánto peor serían nuestras estancias por la vida terrenal si siguiéramos labrando la tierra, curando enfermedades, cocinando alimentos, fabricando productos o educando personas como lo hacíamos hace 200, 100 o 50 años atrás? El Homo Sapiens ha desarrollado su potencial civilizatorio gracias a su destreza para diseñar, incubar e implementar tecnologías de toda índole.

Pero claro, el progreso no viene liberado de costos, incertidumbres y riesgos. Durante más de 70 años, distintos investigadores y expertos fueron pergeñando el desarrollo de una tecnología tan potente como la inteligencia artificial. El motor de tan persistente indagación ha sido la hipótesis de que la humanidad podría servirse de dispositivos inteligentes para múltiples fines. Y es verdad que los necesitamos.

Sabemos que nuestros cerebros no pueden afrontar el gasto energético de exigirse al máximo para procesar información y calcular pronósticos. Sabemos que nuestros cuerpos no merecen estar condenados a realizar tareas que podemos derivar a máquinas inteligentes. Sabemos que buena parte de nuestras vidas se va en tareas que no disfrutamos dentro de trabajos que poco nos enriquecen. Y sabemos que el desafío de conocernos y tomar decisiones puede ser menos oneroso si caminamos de la mano de copilotos inteligentes que nos ayuden a entender y manejar el océano de información, opciones y problemas que se nos presentan en el camino. ¿Sería lógico privarnos de dar inteligencia a sistemas y dispositivos tecnológicos después de recabar tantas evidencias acerca de lo que pueden hacer en pos de una vida más satisfactoria?

Ha llegado la hora de responder de forma más consistente a los riesgos asociados a la expansión de la IA, cada día más visibles a la luz de sus nuevas expresiones y alcances. Toda tecnología tiene tres grandes dimensiones que se desarrollan en forma paralela:

  1. La dimensión técnica, que es aquella que explica su lógica de funcionamiento y los principios específicos que la hacen posible. Es el terreno de los expertos y científicos.
  2. La dimensión cultural o axiológica, que representa las idas que subyacen a cada tecnología. Aquello que nos propone lograr, conseguir y alcanzar. Es el terreno de los ideólogos, precursores y divulgadores.
  3. La dimensión organizativa, que es la que debe resolver como implementar cada tecnología en un entorno social determinado. Aquí se concentran siempre los grandes desafíos: cómo introducir socialmente una nueva tecnología sabiendo que necesariamente requerirá formación de personas, implicará desplazamientos y despertará resistencias. Es el terreno de los líderes, managers e innovadores, quienes gestionan estos procesos bajo complejas transiciones.

El resultado de esta dimensión organizativa de la tecnología es generar modelos y soluciones que amigan el progreso tecnológico con el progreso social. En general, la humanidad ha sido exitosa en esta convergencia. Aún en una caldera de intereses y disputas globales, como en el caso de la tecnología nuclear.

Pero no hay triunfos definitivos. Es una batalla que vuelve y se intensifica con la aparición de nuevas tecnologías. Estamos transitando los años de emergencia de la faz organizativa de la tecnología de la Inteligencia Artificial. Organismos internacionales, gobiernos, academias, corporaciones y expertos que están en la frontera de estas tecnologías, discuten abiertamente sobre las opciones para impulsar, regular y organizar la IA para beneficiar al conjunto de la humanidad. Al respcecto, se suceden declaraciones, cartas de principios, protocolos éticos de empresas tecnológicas, foros, órdenes ejecutivas de gobiernos federales, destinadas a construir ese camino de organización.

Grandes actores del mundo, redoblan los esfuerzos para entender, encauzar y gobernar la IA. No puede hacerse de golpe. Surgirá como un triunfo de la inteligencia colectiva, a partir de liderazgos conscientes de que estamos a las puertas de la creación humana más potente y amenazante de la historia.

¿Qué podemos hacer mientras tanto los profesionales, emprendedores o técnicos que integramos la creciente porción social que se conoce como sociedad del conocimiento? Básicamente vincularnos a estas tecnologías, participar del repertorio de casos de uso que están en marcha para sacarle el máximo provecho en cada disciplina y organización, hacernos tiempo para estudiar cómo funcionan y cómo podemos hacer un buen uso de ellas y a aceptar con entusiasmo el imperativo de repensar nuestras profesiones y trabajos bajo el influjo de aplicaciones y robots basados en IA que comienzan a proliferar entre nosotros.

Esa es la parte que nos toca para participar activamente de este movimiento tectónico que está en marcha en nuestras sociedades y economías. Al hacerlo, descubriremos muchas posibilidades y oportunidades de trabajo humano en sintonía con esas tecnologías inteligentes y ayudaremos a encontrar las coordenadas adecuadas para que nuestros lídere pongan en marcha los marcos más virtuosos para que las capas inferiores de la pirámide social puedan también recibir los beneficios de la expansión de tecnologías inteligentes.

Desde Universidad Siglo 21 estamos convencidos que este es uno de los grandes temas donde se juega el futuro de la civilización. Por ello es que formamos profesionales competentes para que tengan las herramientas necesarias para afrontar este gran desafío, ya sea desde las nuevas licenciaturas en Ciencia de Datos; Inteligencia Artificial y Robótica; Bioinformática, y demás carreras enriquecidas con enfoques y orientación hacia estas tecnologías.

Convertir la IA en una palanca posible para lograr saltos de productividad y progreso colectivo requiere del ingenio y determinación de personas y equipos. Como startups globales como Boomerang, capaz de resolver la coincidencia entre millones de objetos perdidos y sus dueños a través de IA, o las nuevas líneas de robots humanoides como los de la compañía Figure que BMW utiliza en tareas peligrosas, repetitivas y aburridas de la industria automotriz. No es un trayecto lineal ni libre de riesgos. La mejor opción que tenemos como especie, es hacer de la inteligencia artificial un proyecto colectivo exitoso.

(*) Andrés Pallaro: Director Observatorio del Futuro Universidad Siglo 21