El COVID-19 pudo lo que la cultura no habilitaba

Escribe Adrián Anacleto, CEO de Epidata

Se suele decir que “a grandes males, grandes remedios”. Pues bien, mientras esperamos a que la pandemia pueda encontrar un tratamiento efectivo que le haga frente, la humanidad ha tenido que echar mano a los recursos disponibles y hacer de tripa corazón para intentar seguir con su día a día.

La salud, particularmente la atención sanitaria no atada a la contingencia actual, ha comenzado a dejar de lado sus sesgos culturales sobre la relación médico-paciente y los posibles inconvenientes que la intermediación de la tecnología podría traer. Un ejemplo en este sentido es el Hospital de la Universidad Johns Hopkins, en Estados Unidos, donde se conoció que se está aplicando telemedicina para cerca del 85% de las consultas ambulatorias.

Aunque nada supera el contacto humano, las recomendaciones de las autoridades de evitar guardias médicas y no explotar el sistema de salud presentan una oportunidad para probar el alcance de la telemedicina. Esto mismo llevó a la gente a adoptar técnicas que antes eran directamente descartadas o reemplazadas por la visita personal al centro de asistencia. En América Latina, la tendencia comienza a emerger también, tanto en Argentina, como en Uruguay o Chile.

Para ser más claros, el término “telemedicina” abarca el uso de telecomunicaciones y tecnología virtual para prestar servicios de atención de la salud sin ver al paciente en persona y fuera de los centros de atención tradicionales. Los proveedores de atención médica pueden usar herramientas como videos en vivo, audios o mensajería instantánea para abordar las inquietudes de un paciente y acercarse de forma remota a un diagnóstico sobre su condición. Esto puede incluir dar consejos médicos, guiarlos a través de ejercicios en el hogar, o modificar sus medicaciones o dosis según el último análisis clínico.

Desde que la Organización Mundial de la Salud (OMS) decretó al COVID-19 como una pandemia, el 11 de marzo pasado, hemos visto avances interesantes respecto a este tema. En Argentina, el Ministerio de Salud de la Nación lanzó una aplicación para detectar síntomas de COVID-19 que sumó 500 mil descargas en menos 7 días y las consultas a través de aplicaciones de medicina prepaga crecieron entre un 700 y un 2000 por ciento, según estiman referente del sector. Y por si faltaba algo de modernidad, ahora se aceptan recetas digitalizadas por WhatsApp, cuando antes era imposible tener un medicamento sin presentar un papel en una ventanilla de una farmacia.

En Uruguay, el Parlamento retomó y aprobó en 24 horas un proyecto de ley que le da un marco normativo a esta práctica. El mismo tiene como objetivo “establecer los lineamientos generales para la implementación y desarrollo de la telemedicina como prestación de los servicios de salud, a fin de mejorar su eficiencia, calidad e incrementar su cobertura mediante el uso de tecnologías de la información y de la comunicación". Entre los argumentos que sustentaron la aprobación de la ley se destacaron la universalidad, equidad, calidad de servicio, descentralización, complementariedad y eficiencia que representa la telemedicina, ya que reduce los costos en salud y optimiza los recursos asistenciales.

El camino es largo. Lo que está claro es que antes de la pandemia, se estimaba que la industria de la telemedicina en la región alcanzaría los 4 mil millones de dólares para 2023. Sin dudas, esta situación aumentará la inversión en el sector y su alcance, ampliando su potencial. Después de todo, las crisis pueden sacar lo mejor de nosotros, mejorar las condiciones de otros y permitirnos innovar en terrenos que considerábamos desconocidos o que, por simples motivos culturales, no estábamos viendo.

(*) Adrián Anacleto: CEO de Epidata